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Lo primero que tenemos que hacer es
recordar las palabras del Rey David, cuando tras haber caído en adulterio con
Betsabé y haber mandado matar al marido, se arrepiente cruelmente y en el salmo
51: 4 escribe “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante
de tus ojos;”.
Aunque robemos a una tienda, mintamos a
nuestros amigos, le seamos infiel a nuestra pareja, o escondamos una verdad, el
pecado siempre es contra Dios, aunque parezca que estamos atacando a otros, el
ataque en realidad es a Dios, es a Él a quien le estamos fallando y de quien
nos alejamos al caer en el pecado.
Una vez
aclarado esto, tenemos que entrar en materia. Como personas humanas que somos, siempre
que cometemos un error lo primero que hacemos es negarlo, cuando caemos en
pecado, lo negamos o queremos echar la culpa a otra persona.
Desde Adán,
quien quiso culpar a Eva del error, y Caín, quien finge no saber de su hermano,
hasta Poncio Pilato, quien descansa en declarar que la culpa fue del pueblo; la
biblia nos revela este afán del hombre por quererse desligar de la responsabilidad.
Una de las
primeras cosas que hacemos para librar nuestra conciencia de la culpa es decir
que “no era tan grave”. Nos refugiamos en la idea de que matar es mucho peor
que echar una mentira (una “mentirilla”), en que otros roban bancos, iglesias y
casas, yo solo no eché todo el diezmo en la charola. Sin embargo dice Santiago
(2: 10-11) que no hay pecados grandes ni chicos, porque con una sola cosa en que
se falle, por más mínima que sea, no deja de ser falla.
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Aún más
preocupante es cuando la gente quiere echarle la culpa a los demás de los
errores propios. Como ya vimos, es algo que no inventaste tú, no eres el primero
al que se le ocurre que culpar al de a lado es buena idea, es algo que hizo el
primer hombre en la tierra y lo venimos repitiendo hasta hoy. Pero esto lo
hacemos nada más y nada menos que por falta de humildad. Creer que podemos
engañar a Dios, nos mentimos a nosotros mismos para ver si Dios también cae en
el truco. La falta de humildad y valor de reconocer que hemos cometido un error
nos lleva a señalar a otros.
Por esto es
que Santiago (cap. 2) nos habla de la importancia de este valor. Primero nos
dice en el versículo 6 que Dios da gracia a los humildes, en el versículo 8 nos
invita a usar esta humildad para acercarnos a Dios y así purificar nuestros corazones,
y por último, en el versículo 10 nos dice “Humillaos delante del Señor, y él os
exaltará”. No es sino la humildad lo primero que tenemos que buscar para salir del
bache en que caemos al pecar.
Finalmente,
sólo vale mencionar que vivimos tiempos finales en losque Cristo mismo dijo que
“Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os
mate, pensará que rinde servicio a Dios”. Hoy día miles de personas hemos caído
en un doble error, primero al caer en pecado, y segundo por creer que así
estamos bien, que agradamos a Dios con nuestro pecado.
El punto de
este escrito no es dejar mal a la gente, pensando en que somos pecadores sin
remedio. Por el contrario, estamos conscientes que la sangre de Cristo nos
limpia y su amor es tan grande que nos limpia de todo pecado (todo, porque no
hay chico ni grande); pero el punto es hacer ver a la gente que para poder ser
limpios de nuestro pecado, l
o primero que tenemos que hacer es dejar de darle vueltas al asunto y fingir que estamos bien, tenemos que reconocer nuestro pecado para poder ser perdonados.
El segundo
punto es el arrepentimiento, pero ese lo veremos otro día. Por hoy, lo primero
que tenemos que hacer es confesar nuestro pecado.
El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los
confiesa y se aparta alcanzará misericordia.
Proverbios 28: 13
Por Fernando Castro
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