jueves, 3 de julio de 2014

El niño del pastel

Cada semana celebramos a Cristo en la iglesia. Para muchos es un gozo y un anhelo llegar al día en que por fin se alegrarán en Él; pero para otros es un anhelo llegar al día en que vemos a Fulanito, o en que hacen X cosa ¿Es de verdad Cristo “el niño del pastel” en nuestras celebraciones semanales?

       El Salmo 100, en el versículo 4 nos invita a entrar al templo de Dios con alabanza y acción de gracias, pero en la primera oración me encanta que dice “entrad por sus puertas”. Es decir, desde el momento en que uno entra por la puerta (y si se puede, desde antes) ya tiene que ir con el gozo y la alegría de estar entrando a casa de nuestro salvador.

       En realidad es sencillo, cada vez que voy a visitar a mi amada, desde que voy en el carro ya voy con una sonrisa de saber que voy con ella, y seguro estoy que a la mayoría nos pasa igual. Es lo mismo con Dios, uno no va alegre porque “tiene” que ir así, sino porque simplemente es inevitable. Pero sólo es inevitable si realmente vas por Él. Si uno va a la iglesia por algún motivo ajeno a Dios, entonces no se da este gozo automático.

       No es muy complicado el asunto. Lo que te quiero dar a entender es que hoy en día se está dando un fenómeno en que muchos estamos dejando a Cristo de lado en nuestras reuniones semanales (sea el servicio, célula, día de oración, reunión de jóvenes, de matrimonios o cualquier otra). Estamos convirtiendo el momento de celebrar a Cristo, en el momento de socializar. Muchas personas van a la iglesia únicamente para esperar a que se acabe el servicio y platicar; otras van porque les encanta el ministerio que tienen y se gozan en hacerlo, pero no en servir a Dios, sino en hacer el trabajo que tienen.

       Recordemos esos viejos cantos tan hermosos que nos invitan a la verdadera esencia de asistir “Celebrar a Cristo, celebrar…” o “Queremos a Cristo proclamar, como un estandarte levantar…” qué tal “De ti será mi alabanza en la congregación…”. Recordemos que cada vez que asistimos a la iglesia lo hacernos para darle gracias, para aprender de Él, para gozarnos en su presencia, para platicar con Él, para celebrar su victoria en la cruz, para… bueno, tenemos tantas razones para ir a la iglesia.

       No desperdiciemos el poco tiempo que pasamos en la iglesia pensando en otras ocupaciones, en tareas pendientes, en recados que ocupamos dar, en programas de TV que nos perdimos, en la persona que te gusta, en la música, en nada. Porque a nadie engañamos, la palabra de Dios es clara cuando “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;”.

       Es decir que Dios sabe cuando levantas tus manos de verdad y cuando lo haces porque todos lo
están haciendo.

       Este problema es relativo, porque así como pasa en siervos sin ministerio ni relación, también pasa en pastores y diáconos.

       Pero no hay que ser tan estrictos, no es mi intención apuntar con el dedo diciendo que todos somos una bola de hipócritas que se congregan por falsedad. Si yo no puedo juzgar ni a mis hermanos que conozco desde hace años, cuánto

menos a usted. Sólo quisiera dejar claras dos cosas:

       La primera, que se ponga el saco si le queda, que no se haga de la vista gorda y se trate de auto-solapar fingiendo estar bien, si realmente le queda, admita la situación con humildad y acérquese. Si siente que el problema es general en su congregación, puede hablarlo con su pastor o autoridad, no tome medidas de forma aislada o independiente.

       La segunda, que le quede o no el saco, le quiero invitar a visualizar a Cristo cada semana con un pastel enfrente y con un gorrito de cumpleañero. Recuerde que Él es al que celebramos cada bimestre con esta revista, cada semana en su iglesia y cada día en nuestras vidas. Escuche cantos “alegres” de exaltación y gozo. Celebre a Cristo cada día y no lo deje de lado.

Por Fernando Castro